viernes, 10 de agosto de 2012

Filosofía I

“La muerte y el suicidio como reflexiones filosóficas”
La muerte.
Prof. Erandi Guerrero Campos
Jacques Derrida en su libro Dar la muerte nos habla de ella como un misterium tremendum, un misterio espantoso que nos hace temblar[1], nos estremece un anuncio sobre un porvenir inevitable, desconcertante y desconocido al cual sólo nos podemos acercar mediante la intuición.
Así se nos presenta el aspecto gnoseológico de la muerte, ¿qué tanto podemos conocer de ella, cuando la única certeza que posemos es que acontece, a partir de lo que hemos visto en otros?, aun más importante, ¿podríamos considerar que el conocimiento intuitivo es un conocimiento válido?
Al no poder hablar del fenómeno de la muerte como un conocimiento empírico en sí mismo[2], sino como producto de la interpretación de la muerte de otro, está se encuentra sujeta a las circunstancias que rodean a la muerte de los demás, es decir, se nos presenta como algo velado que busca revelarse mediante una interpretación producto de las emociones e ideas grabadas en el inconsciente del sujeto, de ahí que en el momento mismo que se revela se vuelve a velar una parte de la misma, por lo cual cualquier descripción nunca la abarcaría en su totalidad, lo que implica una hermenéutica  sobre la muerte.
Ahora bien, tenemos entre las manos un objeto de estudio que en el mismo momento que pareciera que lo asiremos se nos escapa entre los dedos, esta falta de certezas respecto a la muerte es lo que provoca nuestro temor, nos hace estremecernos y nos seduce, pareciera una promesa por cumplir que sólo se expresa pero que al llegar se nos presenta como algo tan contundente que nos atemoriza.
Si consideramos  a la muerte a partir del lenguaje, nos habla de su metafísica. La reflexión sobre la muerte nos permite entender la vida como algo que se encuentra más allá de lo que podemos nombrar, cualquier acercamiento por medio del lenguaje sólo es eso: un acercamiento. No nos permite aprehender completamente el objeto; tanto en  la vida como en la muerte se juega la voluntad, los sentimientos y las pasiones, la irracionalidad, el actuar impulsivo del individuo, donde el concepto “eso” es la mejor forma de expresión ante aquello que no podemos nombrar y, por ende, racionalizar.
La muerte posee su propia estética seductora, ya sea desde la angustia que provoca al saberla inevitable, aunque también el gozo de saber que la muerte del otro nunca será nuestra propia muerte, Las imágenes sobre la muerte se nos presentan como algo atractivo, que nos conmueve, aunque no necesariamente sea bella, de ahí que tengamos expresiones de la muerte como algo grotesco, esto lo podemos ver en un noticiero o en las imágenes de los periódicos amarillistas donde la muerte se nos presenta con demasiada desfachatez, una muerte que horroriza, que, bajo el bombardeo constante de ella, va perdiendo su sentido y nos lleva algo más terrible: la indiferencia.
Asimismo, la muerte no solo se nos muestra como lo horrible que seduce sino también como una belleza fatal, impasible, la belleza de la destrucción del entorno y de nosotros mismos, una destrucción que nos lleva a re-significarnos y volver a dar sentido al entorno,
El suicidio.
Prof. Gustavo Loa Beltrán
El suicidio se ha convertido en un fenómeno social en ascenso entre los jóvenes de México. Se sabe por los diversos medios de comunicación –principalmente Internet– que de ser un acto íntimo y trágico en tiempos anteriores, se transformó en un macabro espectáculo, en especial en los medios impresos, los cuales llegan a cosificar al individuo hasta convertirlo en objeto de un mórbido entretenimiento. Pero, ¿qué trasfondo filosófico existe detrás del fenómeno del suicidio? ¿Cómo se observa desde la óptica de las diversas doctrinas y métodos filosóficos? A continuación realizaré un breve acercamiento a tales cuestionamientos, interrelacionando los métodos con las doctrinas de forma que, en un ejercicio panorámico el estudiante pueda introducirse fácilmente en el conocimiento de éstos, observando su practicidad en una problemática situada.
Dialécticamente hablando, se puede decir que el suicidio es el encuentro de una tesis: la vida, y su antítesis: la muerte. Como síntesis o momento de superación se encuentra la crisis que experiencia un individuo al sentirse impotente ante uno o varios problemas cotidianos. Aquí, la vida se muestra ante sus ojos como una imaginaria enemiga, la cual le coloca obstáculos que, en cierto momento, los deja en la confusión y desesperación total. Así, al verse inmerso en tal problema vital y sin aparente solución alguna, se obliga a pensar en finalizar permanentemente tal cuestión. Como síntesis de ambos elementos, surge la negación de la vida y el asentimiento ante la muerte como aliada. Se incluyen los contrarios, se desecha lo que  –en ambos–, convenientemente a su tarea, no se ajusta a su voluntad. El resultado es una certeza: si muere finalizarán los problemas y las molestias que incluyen.
Pero lo dicho anteriormente no pudo expresarse, sin antes realizar dos acciones: una reducción fenomenológica del fenómeno del suicidio, como la “cosa misma”, y la interpretación de los símbolos sociales y culturales que lo rodean. Para ello, se apeló directa o  indirectamente a la Fenomenología y a la Hermenéutica, respectivamente. La primera para dejar de lado, paso a paso, cada uno de los elementos culturales y circunstanciales que envuelven a la “cosa misma” hasta dejar como resultado el “acto mismo”. La segunda sirvió para interpretar metódicamente los símbolos culturales que envuelven a tal acto, y así esclarecer el sentido del mismo. Cabe destacar que, a diferencia de Husserl, Heidegger sí le coloca a la muerte una descripción: la muerte es “la imposibilidad de toda posibilidad”, es decir, mientras se vive hay la posibilidad de elección, cualquiera que sea; al morir, toda posibilidad desaparece, pues el dasein o ser-ahí es expulsado del mundo. Esto último suena bastante convincente al sujeto suicida, pues, precisamente, lo que desea en ese instante. Desaparecer y no sentir nada más.
Por otro lado, si hablamos estéticamente del fenómeno, nos encontramos con algunas ambigüedades que hay que aclarar. Por ejemplo, si la epistemología sirve para conocer el mundo y sus conceptos, lo hace es por medio de los sentidos y la razón; no obstante, si tomamos a la Estética como “afectación por medio de los sentidos”, lo que obtenemos es un problema de percepción-interpretación-afectación; lo cual nos obliga a realizar la pregunta obligada: ¿Qué puede percibir e interpretar un sujeto en su cotidianidad para quedar afectado profundamente, tanto como para desear no estar más en el mundo?
Axiológicamente, y apelando a la ética, el problema se complica pues el individuo enfrenta sus creencias con la voluntad, surge desesperación al saber que puede estar haciendo algo incorrecto, pero es más fuerte el deseo de la aniquilación del dolor y la desesperanza. El tratamiento tiene que ser más cuidadoso y basado en casos específicos.
Por otro lado, la lógica es implacable. En ésta no hay sentimentalismo ni arrepentimiento; se puede argumentar a favor o en contra, y saldría triunfante en el mejor argumento, no importando si se trata de uno anti-ético, incorrecto o inmoral, incluso. La lógica es sólo el instrumento de fundamentación del acto práctico. Si las premisas son convincentes para el suicida, no hay nada más qué decir. El tratamiento aquí se vuelve peligrosamente frío, por tanto, hay que tener mucho cuidado al abordarlo. El lenguaje correcto hace la diferencia entre un intento de suicidio y su consumación.
Entre los métodos y las disciplinas existen contradicciones, por tanto, habrá que elegir correcta e individualmente cuál utilizar en cada caso particular.
Ahora, las cuestiones planteadas para poder acceder al tema es: ¿El suicidio es un bien, un mal, o sólo un hecho circunstancial, carente de moralidad? ¿Los suicidas se detienen a reflexionar acerca de las consecuencias de tal acto? Y quizás la pregunta más importante aquí es: ¿Vale la pena suicidarse por crisis cotidianas exaltadas, de las cuales sabemos que siempre llegan a un final en dado momento?
Es menester realizar una completa y profunda reflexión acerca del sentido y el valor de la vida. Todos deberíamos hacerlo a diario, no importando las condiciones.
Es nuestra responsabilidad como seres humanos.


[1] Derrida, Jaques; Dar la muerte; Barcelona; Ed. Paidos; pp. 57
[2] Como podría ser el sabor de una fruta que anteriormente hubiésemos degustado, donde podemos predecir e inclusive saborearla antes de comerla.

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